STERLING, Colorado – Tonja Jiménez no es la única persona que conduce una casa rodante por las carreteras rurales de Colorado. Pero a diferencia de los otros vehículos recreativos, el suyo, de 34 pies de largo, está equipado para ser una clínica de tratamiento de adicciones sobre ruedas.

Jiménez acerca tratamientos que salvan vidas a la esquina noreste del estado, donde los pacientes con adicciones a menudo son abandonados a su suerte.

Como en muchos estados, el acceso al tratamiento de las adicciones sigue siendo un desafío en Colorado, por lo que un nuevo programa estatal ha transformado seis de estos vehículos en clínicas móviles para llegar a comunidades rurales aisladas y a pueblos remotos en las montañas.

Y en los últimos meses se han vuelto más cruciales. Durante la pandemia de coronavirus, cuando las clínicas tradicionales han cerrado o dejado de aceptar nuevos pacientes, estas clínicas rodantes han seguido funcionando, excepto por una parada en el taller este verano para reparar el aire acondicionado.

Sus equipos de salud realizan pruebas y consultas en persona. Y como no siempre hay acceso a banda ancha, las clínicas rodantes también proporcionan un puente de telesalud a los proveedores médicos de las grandes ciudades.

Trabajando desde lejos, estos proveedores pueden recetar medicamentos para combatir la adicción y el omnipresente riesgo de la sobredosis, la gran amenaza en medio del aislamiento y el estrés de la pandemia.

Las clínicas móviles de salud llevan años proporcionando pruebas de visión, tratamiento del asma y odontología en lugares sin atención adecuada. Pero usar la atención médica sobre ruedas para tratar la adicción no es tan común. Tampoco lo es equipar las casas rodantes con capacidad de telesalud que permite recetar y tratar a  pacientes alejados en zonas rurales de difícil acceso.

“Llevamos el tratamiento a nuestros pacientes y nos encontramos con ellos donde ellos están”, dijo Donna Goldstrom, directora de Front Range Clinic, un consultorio de Fort Collins, Colorado, que opera cuatro casas rodantes. “Encontrarlos donde están físicamente nos ayuda a saber dónde están motivacional y sicológicamente”.

Cada autocaravana cuenta con una enfermera, un consejero y un especialista que tiene experiencia personal con la adicción. Todos tuvieron que aprender a conducir un vehículo de ese tamaño.

“Cuando fui a la escuela de enfermería nunca pensé que acabaría haciendo esto”, comentó la enfermera Christi Couron, mientras le ponía 52 galones de diesel al camión en el que trabaja con Jiménez.

El equipo ha conducido más de 30,000 millas en su clínica sobre ruedas desde enero, gran parte del viaje con un parabrisas agrietado, cortesía de una tormenta de verano con granizo. Cuatro días a la semana, recorren las carreteras desde Greeley hasta los pueblos más pequeños cerca de la frontera con Nebraska, haciendo muchas millas a lo largo y ancho del estado.

En un terreno polvoriento, delante de un centro de rehabilitación en Sterling, Jiménez, la especialista en adicciones, activa la nivelación hidráulica del vehículo para equilibrarlo, y el equipo se prepara para recibir a los pacientes del día.

El asiento del pasajero es giratorio y se voltea hacia una mesa donde Jimenez verá a los pacientes. Sobre la mesa hay una impresora, un escáner, una computadora portátil y una etiquetadora. Debajo hay una caja llena de vasos para muestras y un galón de líquido limpiaparabrisas. El vehículo cuenta ahora también con muchas mascarillas quirúrgicas y suministros de limpieza.

Después que los pacientes se registran, van al baño de la casa rodante para dar una muestra de orina. Las tiras reactivas en los lados del vaso muestran instantáneamente si alguna de las 13 categorías de drogas —desde opiáceos hasta antidepresivos— están en la orina. La muestra se deja luego en un laboratorio para confirmar los resultados y determinar de qué droga se trata. Los resultados ayudan al equipo a tratar a los pacientes y a asegurarse de que toman las recetas que se les dan.

Los pacientes se dirigen luego a una pequeña sala en la parte posterior, donde se conectan por video con una enfermera o un asistente médico en una clínica tradicional.

Si todo va bien, el proveedor enviará una receta para suboxona (un medicamento combinado que contiene buprenorfina, que reduce el deseo de consumir opioides) o para Vivitrol (una versión inyectable mensual de naltrexona, que bloquea los receptores de opioides).

Una vez que el personal tiene la receta, la enfermera de la autocaravana puede administrar directamente esas inyecciones de Vivitrol y distribuir Narcan, un medicamento que revertirá una eventual sobredosis de opioides. Las recetas de suboxona se deben comprar en una farmacia local.

Los pacientes también pueden depositar las agujas usadas en un contenedor para su eliminación, pero el personal no está autorizado a distribuir agujas limpias. Algunos pacientes hablarán con el consejero, Nicky McLean, en un espacio lo suficientemente grande como para que quepan una mesa y dos sillas.

En minutos, una pareja, que pidió no ser identificada por su nombre debido al estigma que rodea a la adicción, llega temprano a sus citas. Le han traído al personal enchiladas de pollo caseras. Habían estado gastando $8,000 al mes comprando OxyContin en la calle, y tanto sus vidas como sus finanzas eran un desastre. Él perdió su casa. Ella necesita análisis de orina libres de droga para ver a su hijo. La pareja había comenzado su tratamiento de adicción sólo tres semanas antes, después de que él supo de la clínica sobre ruedas por un amigo.

Ya no tienen auto, así que caminaron media hora para llegar a su cita.

“Hubiéramos hecho cualquier cosa para conseguir nuestras medicinas”, dijo ella. “Caminar 30 minutos para mejorar vale la pena”.

Antes de terminar ya hay otro paciente en la puerta. Spencer Nash, de 29 años, ha estado usando opioides desde que tenía 18. Hace nueve años, cuando su esposa quedó embarazada, la pareja decidió “limpiarse”, conduciendo dos horas de ida y dos de vuelta, seis días a la semana, a una clínica de metadona en Fort Collins. Ahora, él camina  la casa rodante, junto al centro de rehabilitación donde vive, para obtener su receta de Suboxone.

Llenar vacíos

Hace unos años, Robert Werthwein, director de la Oficina de Salud Conductual de Colorado, se enteró de un proyecto que usaba autocaravanas para el tratamiento de adicciones en el norte del estado de Nueva York. Pensó que funcionaría en su estado también. La agencia estudió qué regiones registraban los niveles más altos de recetas de opioides y sobredosis pero carecían de tratamiento para la adicción.

“Escuchamos con demasiada frecuencia que en el Colorado rural y las regiones montañosas del estado no tienen el mismo acceso a los servicios que en el área metropolitana de Denver y las regiones de Front Range”, señaló Werthwein.

El estado aseguró una subvención federal de $10 millones para el programa. Su equipo trajo proveedores de salud, como la Clínica Front Range, para proporcionar el personal y operar las autocaravanas.

Una vez que estas clínicas rodantes estuvieron listas, el personal tuvo que ser entrenado para manejarlas, lo que requirió “un par de reparaciones”, dijo Werthwein. Los vehículos comenzaron a rodar por primera vez en diciembre, sirviendo eventualmente a seis regiones, y en una séptima área, un lugar donde las estrechas carreteras de montaña impedían el paso de una gran autocaravana, uno de los equipos de Werthwein viaja en SUV.

En algunas comunidades, los médicos locales y otros no han recibido bien a las autocaravanas, pensando que atraerían a los consumidores de drogas a su pueblo.

“Esperamos abordar el estigma, no sólo desde un punto de vista público, sino que esperamos mostrar a los proveedores que ‘hay una demanda en su comunidad de tratamiento asistido por medicamentos'”, explicó Werthwein.

Una vez que la subvención federal se agote en septiembre de 2022, Front Range Clinic y los otros operadores de unidades móviles heredarán y continuarán operando las autocaravanas, facturando a Medicaid y a los seguros privados como lo hacen ahora por las citas.

Al acercarse la hora de salida de la autocaravana a la 1 p.m. en Sterling, quedaba un paciente. La mujer, que pidió que no se publicara su nombre porque no quería que se la identificara públicamente como consumidora de drogas, llegó a la clínica móvil sin cita previa. Pero no podían tomarla como nueva paciente sin una muestra de orina. Durante dos horas, estuvo entrando y saliendo del baño, bebiendo botellas de agua, pero sin poder llenar el pequeño vaso de plástico. A través de la puerta del baño, el personal podía oírla llorar y maldecirse a sí misma.

Cuando la batería de la autocaravana empezaba a descargarse, la sacaron del baño. Tal vez mañana funcionaría mejor, le dijeron. Podría continuar rehidratándose durante la noche y luego encontrarse con la clínica sobre ruedas en su próxima parada, Fort Morgan, a unos 45 minutos.

Al día siguiente, seguía sin poder producir una muestra de orina, ya sea por deshidratación por el uso de sustancias o simplemente por nervios. Le pidieron que volviera cuando la autocaravana regresara a Sterling la semana siguiente, pero nunca se presentó.

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