KANSAS CITY, Mo. – Veinticuatro minutos antes del tiroteo masivo en el desfile del Super Bowl de los Kansas City Chiefs, en febrero, que dejó un muerto y al menos 24 heridos, Jenipher Cabrera sintió cómo una bala le perforaba la parte posterior del muslo derecho.
La joven de 20 años y su familia estaban a solo cuatro cuadras de Union Station, en medio de una multitud de fanáticos de los Chiefs que, con camisetas rojas, caminaban hacia la multitudinaria concentración después del desfile en ese cálido Día de San Valentín.
La bala, disparada por unos adolescentes que se peleaban en la calle, lanzó el cuerpo de Cabrera hacia adelante.
Ella tomó a su madre por el hombro y, en pánico, sin decirle una sola palabra, con sus grandes ojos marrones le señaló la pierna que sangraba. Cuando Cabrera estaba siendo atendida en una ambulancia escuchó los informes que resonaban en la radio de la policía.
“Mi madre intentaba subir conmigo a la ambulancia”, contó Cabrera. “Recuerdo que se lo impidieron, le dijeron algo así como: ‘No puedes subir. Puede que haya otras víctimas que tengamos que recoger’”.
El tiroteo que hirió a Cabrera ocurrió minutos antes del que acaparó los grandes titulares ese día y forma parte de los cientos de disparos de armas de fuego que, cada año, hieren o matan a residentes del área de Kansas City.
Esa incesante oleada de violencia con armas de fuego —desde incidentes puntuales hasta tiroteos masivos— ha terminado aniquilando la sensación de seguridad de quienes sobreviven.
Mientras las víctimas y sus familias intentan superar la experiencia y seguir adelante, las referencias a los hechos de violencia armada son inevitables en los medios de comunicación, en sus comunidades y en su propia vida cotidiana.
“Miro a la gente de otra manera”, afirma James Lemons, que también recibió un disparo en el muslo durante el desfile. Ahora, cuando está rodeado de desconocidos, no puede evitar preguntarse si alguno tendrá un arma y si sus hijos están a salvo.
La nueva temporada de la NFL se inauguró aquí con un minuto de silencio por Lisa López-Galván, la única persona asesinada en el desfile del Super Bowl.
Kansas City ha registrado al menos 124 homicidios este año. La policía local afirma que ha habido otras 476 “víctimas heridas con armas de fuego”, es decir, personas que recibieron disparos y sobrevivieron. Y hasta mediados de septiembre habían ocurrido por lo menos 50 tiroteos en escuelas de todo el país.
Toda esta situación está dejando huellas colectivas.
Quienes han sobrevivido a situaciones de este tipo sufren ataques de pánico, tienen una mayor sensación de peligro en grandes aglomeraciones y padecen una profunda ansiedad ante la posibilidad de que irrumpa la violencia en cualquier lugar de Kansas City.
Cada sobreviviente de un tiroteo responde de manera diferente a la violencia armada e incluso a la amenaza de que surja, explicó LJ Punch, cirujano traumatólogo y el fundador de la Bullet Related Injury Clinic en St. Louis.
Para algunos, haber sido baleados significa que siempre se mantendrán alerta, tal vez incluso armados. Otros prefieren alejarse de las armas de fuego para siempre.
“¿Pero qué es lo que todos tienen en común? Que esas personas quieren desesperadamente sentirse seguras”, afirma Punch.
El intento de Cabrera por entender lo que le sucedió la impulsó a colaborar con un legislador local frustrado que busca cambiar las leyes sobre armas, algo que parece casi imposible, ya que la legislación del estado de Missouri prácticamente prohíbe cualquier restricción local sobre armas de fuego.
Enterarse de otros tiroteos por teléfono
En la mente de Cabrera,el 14 de febrero es una película en cámara lenta, que avanza fotograma por fotograma. Y la banda sonora es su propia voz, que habla y habla. Ve a un grupo de adolescentes revoltosos, que corren alrededor de ella y de su familia. Luego, dos estallidos: ¿son fuegos artificiales? Otro estallido. Finalmente, un cuarto.
“Creo que fue entonces cuando entré en shock y agarré a mi madre”, recordó Cabrera. “No le dije nada. Simplemente la miré y sentí los ojos muy abiertos. Recuerdo que le hice una especie de señal con los ojos para que me mirara la pierna”.
Cabrera cayó al suelo y otros aficionados corrieron a socorrerla, llamaron al 911 y empezaron a cortarle las calzas. Cuatro hombres se quitaron el cinturón para hacerle un torniquete. Recordó que en ese momento pensó que, si perdía el conocimiento, podría morir. Así que habló y habló sin parar. O eso creía.
Uno de los rescatistas le contó más tarde que en realidad ella no dijo ni una sola palabra, ni siquiera cuando él le preguntó cuántos dedos tenía levantados.
“Me dijo que yo tenía los ojos enormes, como naranjas, y que todo lo que hice fue mirar hacia arriba y hacia abajo cuatro veces, porque él tenía cuatro dedos levantados”, dijo Cabrera.
Cabrera recuerda que después la sacaron del servicio de urgencias de University Health para hacerles sitio a otras 12 personas que habían llegado desde el tiroteo que había ocurrido en la manifestación. Ocho de esas personas tenían heridas de bala. En ese momento miró las redes sociales en su teléfono: ¿había otro tiroteo? Era increíble. Finalmente, sus padres la encontraron. Pasó siete días en el hospital.
Cabrera agradece estar viva. Pero ahora se siente inquieta cuando se cruza con grupos de adolescentes insultando y jugando, o cuando ve camisetas rojas de los Chiefs. Oír cuatro estallidos seguidos —algo habitual en su barrio del noreste de Kansas City— hace que a Cabrera se le oprima el pecho y sepa que está por tener un ataque de pánico.
“En mi mente, lo sucedido se repite una y otra vez”, dijo.
¿Una creciente sensación de amenaza?
Aunque el cirujano general de EE.UU. declaró en junio que la violencia con armas de fuego es una crisis de salud pública, en Missouri casi cualquier intento de regular el uso de armas es un fracaso político.
De hecho, hubo una ley estatal de 2021 —firmada en la misma armería de Kansas City donde se compró una de las armas utilizadas en el tiroteo del desfile— que tenía como objetivo prohibir que la policía local aplicara las leyes federales sobre armas de fuego.
Esa ley fue anulada por un tribunal federal de apelaciones en agosto.
Missouri no tiene restricciones respecto de la edad para el uso y la posesión de armas, aunque la ley federal prohíbe en gran medida que los menores lleven pistolas.
Las encuestas realizadas entre los votantes de Missouri muestran su apoyo a que se exijan certificados de antecedentes y se establezcan límites de edad para la compra de armas, pero también revelan que casi la mitad de los encuestados está en contra de que los condados y las ciudades tengan facultades para aprobar sus propias normas sobre armas.
En una comparación por cantidad de habitantes, Kansas City, Missouri, se encuentra entre los lugares más violentos de la nación. En esta ciudad de 510.000 habitantes, entre 2014 y 2023 se produjeron al menos 2.175 tiroteos, que dejaron 1.275 muertos y 1.624 heridos.
Mientras que el año pasado las tasas de homicidio cayeron en más de un centenar de ciudades de todo el país, Kansas City vivió el año más mortífero jamás registrado.
Punch, del Bullet Related Injury Clinic, comparó la violencia con armas de fuego con un brote de una enfermedad que no se enfrenta y se propaga. Según Punch, la postura permisiva del estado hacia las armas de fuego podría agravar la situación en Kansas City, aunque no haya sido el origen del problema.
“Entonces, ¿está pasando algo? ¿La gente se siente cada vez más amenazada?”, se preguntó Punch.
Jason Barton, que creció en Kansas City, está familiarizado con ese tipo de violencia. Ahora, que vive en Osawatomie, Kansas, consideró detenidamente si debía llevar su propia pistola al desfile del Super Bowl como una forma de proteger a su familia.
Al final decidió no hacerlo, suponiendo que si ocurría algo y sacaba un arma, lo detendrían o le dispararían.
Barton reaccionó rápidamente ante el tiroteo, que se produjo justo delante de él y de su familia. Su mujer encontró una bala en su mochila. Su hijastra sufrió quemaduras en las piernas por las chispas de un rebote de bala.
A pesar de que sus peores temores se hicieron realidad, Barton opina que no llevar su arma ese día fue la decisión correcta.
“No es necesario llevar armas a lugares como ése”, afirmó.
Una peligrosa escopeta calibre 12
Los tiroteos masivos pueden deteriorar gravemente la sensación de seguridad de los sobrevivientes, según Heather Martin, ella misma sobreviviente del tiroteo en la secundaria Columbine en 1999.
Martin es cofundadora de The Rebels Project, una organización que brinda apoyo entre pares a quienes han sobrevivido a experiencias traumáticas masivas.
“En los años posteriores al evento es muy común que se intente encontrar la manera de volver a sentirse seguro”, explicó Martin.
James Lemons siempre había sentido recelo de volver a Kansas City, donde había crecido. Incluso llevó su pistola al desfile, pero, a instancias de su esposa, la dejó en el auto. Tenía a su hija de 5 años sobre los hombros cuando una bala le atravesó la parte posterior del muslo. Él impidió que se golpeara contra el suelo cuando caía.
¿Qué iba a hacer realmente con una pistola?
Y, sin embargo, no puede evitar preguntarse “qué hubiera pasado si…”. No puede quitarse de encima la sensación de que no protegió a su familia. Cuando sueña con el desfile, al despertarse, cuenta: “simplemente empiezo a llorar”.
Sabe que aún no lo ha procesado, pero no sabe cómo empezar a hacerlo. Ha puesto toda su energía en la seguridad de su familia.
Este verano compraron dos bulldogs americanos, por lo que ahora hay tres en casa, uno para cada niño. Lemons los describe como “tener un arma sin tener un arma”.
“Tengo un calibre 12 con dientes”, bromea Lemons, “un protector grande y suave”.
La mayoría de las noches sólo logra dormir unas horas de corrido porque se despierta para ver cómo están los niños. Por lo general, suele echarse en el sofá porque es más cómodo para su pierna, que aún se está curando. También porque lo ayuda a evitar las nerviosas patadas de su hija de 5 años, que se acuesta con sus padres desde el desfile.
Estar en el sofá también le asegura que sería él quien interceptara a cualquier intruso que irrumpiera en la casa.
Emily Tavis, que recibió un disparo en la pierna, encontró consuelo en su iglesia y en el terapeuta de una congregación hermana.
Pero el domingo por la mañana después del tiroteo en el mitín de Donald Trump, en julio, el sermón del predicador giró en torno a la violencia armada, y eso desató el pánico en su interior.
“Me sentí tan abrumada que me fui al baño”, dijo Tavis, “y me quedé allí durante el resto del sermón”. Ahora, incluso duda de ir a la iglesia.
Tavis se ha mudado recientemente a una nueva casa en Leavenworth, Kansas, que le alquiló a una amiga.
El marido de la amiga le advirtió que si Tavis iba a estar sola necesitaba un arma para protegerse. Ella le contestó que no podía lidiar con armas de fuego en ese momento.
“Y él le dijo: ‘OK, bueno, toma esto’. Y sacó un machete gigante”, recuerda Tavis riendo.
“Así que ahora tengo un machete”.
En busca de algo bueno
Cabrera, la joven que no podía hablar después de que la hirieron, intenta ahora utilizar su voz en la lucha contra la violencia armada.
Manny Abarca, legislador del condado de Jackson, Missouri, vive calle abajo. Una tarde fue a visitarla. Los padres de Cabrera tomaron la palabra; ella es tímida por naturaleza. Pero entonces él se volvió hacia ella y le preguntó directamente a Cabrera qué quería.
“Sólo quiero algo de justicia para mi caso”, dijo, “o que pase algo bueno”.
Antes del desfile, a la joven le habían ofrecido un puesto en la fábrica donde trabajaba su hermana, pero no pudo tomarlo porque su pierna aún estaba curándose. Así que Abarca le ofreció una pasantía y la ayudó a establecer una Oficina de Prevención de la Violencia Armada en el condado de Jackson, un plan que presentó en julio en respuesta a los tiroteos del desfile.
Abarca participó en el desfile de la victoria de los Chiefs con su hija Camila, de 5 años. Estaban en Union Station cuando se produjeron los disparos, y se acurrucaron en un baño de la planta baja.
“Solo dije: ‘Oye, ya sabes, solo mantén la calma. Solo estate quieta. Vamos a averiguar qué está pasando. Algo ha sucedido,’”, contó Abarca. “Y ella me contestó: ‘Esto es un simulacro.’ Y, oye, eso me desgarró el corazón por dentro, porque pensé que hacía alusión a su entrenamiento en la escuela”.
Finalmente salieron temblando pero a salvo, sólo para enterarse de que López-Galván había muerto. Abarca conocía a la popular DJ tejana, una madre de 43 años, a través de la unida comunidad hispana de la zona.
Abarca ha aprovechado la conmoción de este tiempo tenso tras los tiroteos del desfile del Super Bowl para trabajar en medidas contra la violencia, a pesar de que conoce las severas limitaciones que impone la ley estatal.
En junio, la asamblea legislativa del condado de Jackson aprobó una norma que da fuerza local a una ley federal contra la violencia doméstica que permite a los jueces retirar las armas de fuego a los delincuentes.
Pero Abarca no ha podido conseguir que se apruebe la creación de una oficina para la violencia armada, y los funcionarios del condado han rechazado considerar otra medida que establecería límites de edad para comprar o poseer armas, temiendo una demanda del fiscal general del estado, que es bastante agresivo.
Sin embargo, contrató a Cabrera, explicó, porque es bilingüe y quiere su ayuda como sobreviviente.
En cierto sentido, este trabajo hace que Cabrera se sienta más fuerte en su lucha por salir adelante tras el tiroteo. Aún así, la percepción de seguridad de su familia se ha hecho añicos, y nadie tiene pensado ir a los partidos o a un potencial desfile por ganar el Super Bowl en el futuro.
“Nunca esperamos que fuera a ocurrir algo así”, afirma. “Y por eso creo que ahora vamos a ser más precavidos y quizá nos limitemos a ver el desfile por la tele”.
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